Este fin de semana ha fallecido en Barcelona Olga Galicia Poliakoff, o como se la conocía en el barrio del Carmen, Olga Poliakoff. Las casualidades de la vida hicieron que el sábado por la noche pasase por delante su local de la calle Juristas, el Nou Pernill Dolç, que vi extrañamente cerrado, con su retrato a tamaño completo. En la fachada lateral del local sigue estarcida su silueta de bailarina venida a menos, de persona venida a más, de carácter inigualable, de personaje mítico. Aún la veo apoyada en su trozo de barra del Sant Jaume, o sentada en su taburete del Cafetín, pidiendo su grappa y deleitando al personal con su pintoresca forma de vestir. Cualquiera que osase vestir como ella sería inmediatamente tachado de mamarracho o espantajo. Sin embargo, Olga era de esas personas que hacían de su indumentaria su forma de ser, y hay que decir que le quedaba muy bien: ya fuera de Indiana Jones de látex, o de fallera harapienta, o de Grace Kelly tras el accidente.
El Carmen se queda un poco huérfano, porque Olga era el Carmen, y un domingo por la mañana sin su presencia se hace raro en la plaza del Tossal o caminando por la calle Caballeros.
Por desgracia, como casi siempre, las instituciones no estarán a la altura de las circunstancias (espero equivocarme), pero si fuera el caso, los que habitamos este maravilloso barrio, deberíamos hacer una suscripción popular y, como mínimo, colocar una placa en la que fue su casa, como homenaje a tan singular persona, con la que el destino quiso beneficiar a este puñado de calles, plazas y rincones.