Hace un día espantoso. A Valencia no le pega nada la lluvia, no le van los cielos encapotados y las calles encharcadas. Cuando llueve me pongo triste y me viene a la mente los escasos recuerdos de mi infancia, cuando mi madre me llevaba a visitar a sus amigas de Zaragoza. A la hora de volver, siempre llovía.
A pesar de que me he despertado bien temprano, me he quedado paralizado en la cama oyendo cómo golpean las gotas de lluvia sobre el techo de mi habitación. Se me quitan las ganas de levantarme, de ir al mercado, de comprar la prensa, de ponerme a hacer las cosas que debo o incluso que quiero. A los mediterráneos nos espanta la lluvia, y no creo que sea sólo por mojarnos. Debe haber algo atávico en nosotros, como en los irreductibles galos que habitaban la aldea de Astérix y a los que sólo les asustaba que el cielo cayera sobre sus cabezas, que hace que en los días de lluvia nos quedemos petrificados, nos atasquemos y nos quedemos sin reaccionar.
Eran las once y media y yo seguía escuchando la lluvia golpear en el techo, en los aparatos de aire acondicionado, en el patio interior. Me preguntaba si volvería a aparecer la gotera del mes de octubre, si al levantarme el agua se habría colado otra vez en casa, o si quizás, aparecería en el techo, justo en el rincón en que se une con la pared, esa mancha de humedad que tuve que pintar en invierno. Me preguntaba si el vecino de arriba habría finalmente impermeabilizado su terraza, tal y como me prometió. Pero nada de eso me ha movido a dejar el letargo.
Me he acordado otra vez, como en tantas otras ocasiones, de la canción de Nacho Vegas "Ocho y Medio", que como antidepresivo no la recomiendo. Y me he dicho que no puedo estarme parado, sin hacer nada, confiando en que cada vez que llueva no vaya a afectarme, no vaya a volver a aparecer la gotera o la mancha de humedad, porque a fin de cuentas que llueva o no, no depende de mi. Lo que definitivamente sí depende de mí es que la lluvia no entre en mi casa y manche paredes, techo y suelo, dejando la humedad durante semanas.
Así que me he levantado, y después de comprobar que por ésta vez la lluvia no se ha infiltrado, que aunque sea sólo por hoy la lluvia no ha encontrado los recovecos de mi techo, ni la física ha aplicado sus leyes de la capilaridad, me he vestido y aunque tarde, me he decidido a poner fin a la gotera, y a lo peor, poner fin al miedo a que pueda aparecer de nuevo poniendo en peligro las cosas bonitas que me rodean.
2 comentarios:
Llegué aquí googleando "la lluvia sobre el techo".
Adoré esto que escribiste.
Muy buen articulo, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)
Publicar un comentario